Enredadera, nº 36, junio 2021
Laura Donadeo Navalón |
El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo / Irene Vallejo Moreu. Madrid: Siruela, 2019. Depósito legal: M 22798-2019. ISBN: 978-84-17860-79-0
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Cualquier bibliotecario que se precie de serlo presumirá de haber leído unas cuantas obritas sobre la historia del libro y la escritura, bien sea en su etapa de formación, bien por mera curiosidad profesional. En general se trata de trabajos estructurados cronológicamente, con montones de hitos, nombres de lugares y personas, y siendo un tema apasionante, lo cierto es que resultan bastante áridos.
Pues bien, esta no es la típica historia del libro. De hecho, diría que la autora lo utiliza como mera excusa para abrirnos infinitas ventanas a otros mundos. Comienza como una novela de aventuras, con Alejandro Magno como protagonista, y a partir de ahí nos introduce en un viaje apasionante a través del tiempo y del espacio, que nos transporta de una manera magistral hasta Alejandría, Atenas y Roma; pero también hasta el Berlín de los años treinta, al Oxford de su etapa estudiantil e incluso a las librerías de su ciudad natal, Zaragoza.
Vallejo es capaz de relacionar a Heráclito con Bradbury o a Heródoto con KapuÅÂÂÂÂÂciÅÂÂÂÂÂski. Hilvana la historia del alfabeto con la historia de la literatura y del cine, y siembra por el camino tantas recomendaciones que uno pierde la esperanza de llegar a recogerlas todas. El tono del libro, muchas veces autobiográfico, es entrañable y en muchos momentos nos interpela de tal manera que parece que estuviéramos conversando con la autora.
El infinito en un junco ha recibido ya multitud de galardones, entre ellos el Premio Nacional de Ensayo 2020. En mi opinión tiene el mérito de haber sabido desprenderse del tono erudito y haber transmitido su pasión por el libro mismo como artefacto y por la lectura como salvación.
Como colofón, su elogio de nuestro trabajo:
«Cada biblioteca es única, y como alguien me dijo una vez, siempre se parece a su bibliotecario. Admiro a esos cientos de miles de personas que aún confían en el futuro de los libros o, mejor dicho, en su capacidad de abolir el tiempo. Que aconsejan, animan, urden actividades y crean pretextos para que la mirada de un lector despierte las palabras dormidas, a veces durante años, de un ejemplar apilado en una estantería. Saben que ese acto tan cotidiano es en el fondo−levántate, Lázaro−la resurrección del mundo.»