POSTLIBROS: Monstruos en el claroscuro del libro

Enredadera, nº 29, junio 2017

Fernando del Blanco Rodríguez
fernando.delblanco@cid.csic.es
Biblioteca. Centro de Investigación y Desarrollo Pascual Vila (CID-CSIC)
Barcelona

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¿Puede servir una exposición sobre libros para atraer a la biblioteca a aquellos usuarios que han dejado de interesarse por ellos como medio de acceso a la información?

¿Puede ayudar una exposición sobre “libros en crisis” a atajar –en parte- la crisis física de una biblioteca?

¿Pueden los “Post-libros” reocupar temporalmente los estantes -extantes [1] en ocasiones- para proponer una reflexión sobre el estado de la cuestión?

 

La búsqueda de algunas respuestas posibles a estas preguntas se encuentra detrás de la concepción de la exposición que se ha exhibido desde el 9 de febrero hasta el 30 de junio en la Biblioteca del CID. “PostLibros, Neo Libros, No Libros: un viaje de reinterpretación”, en efecto, no puede desvincularse de la constatación de que en una biblioteca científica como la del CID, el uso del libro -como formato y como objeto derivado de un proceso de edición tradicional- se ha desdibujado, ya sea frente a otros formatos (la revista, más dinámica) ya frente a otras formas de acceso a la información (las derivadas del desarrollo tecnológico). Este hecho no parece responder únicamente a la profundización de una tendencia sino más bien a la profundidad de un proceso consolidado, del que se deriva, por cierto, un cambio decisivo en la forma de relacionarse entre la biblioteca científica y las personas que la usan: ya apenas nos vemos.

Una conversación casual sobre libros, sobre el lugar al que van cuando dejan de ser útiles, sobre depósitos, cementerios y piras funerarias, supuso la primera piedra de la colaboración entre el colectivo de artistas Els 4 Elements y el que suscribe, bibliotecario del CID. La exploración artística de las posibilidades expresivas del libro y el que esta constituyera el germen de una exposición en la Biblioteca nos parecieron dos pasos consecutivos de lo más naturales.

De hecho, la idea encajaba con uno de los objetivos que me había planteado en torno a la Biblioteca del CID: el propósito de compensar a través de otro tipo de actividades, como exposiciones, agenda cultural local, o reformulaciones del espacio y de la multiplicación de sus utilidades, la pérdida de afluencia física de nuestros usuarios precisamente por la crisis del libro que la exposición narra; es decir, continuar haciendo de la Biblioteca un LUGAR atractivo, no solo una aplicación, un recurso digital, un teléfono o un correo electrónico útiles, sino un LUGAR al que acudir, en el que permanecer, un LUGAR de cultura, de curiosidad, útil en diferentes aspectos, versátil en suma. Gracias a o a pesar de los libros.

Es cierto que llevamos más de medio siglo (al menos desde la de la publicación en 1962 por Marshall McLuhan de La Galaxia Gutenberg) enterrando al libro (y posiblemente a las bibliotecas con él) bajo la invisible losa de la información sin equipaje que no necesita sino un enchufe para reencarnarse. Es obvio que McLuhan se equivocó o, en cualquier caso, que se precipitó. El libro goza de una notable salud en muchos ámbitos, al menos en tanto que los datos de la industria editorial puedan considerarse reflejo fiable de esta vitalidad. El caso de las bibliotecas no está tan claro.

 

“PostLibros” no asume el discurso funerario apuntado por McLuhan, no anticipa cadáveres. Los artistas hacen de su obra una entidad artística que no obvia las preguntas que sobre el futuro del libro y de las bibliotecas se hace la sociedad de nuestro tiempo. Pero no únicamente. El juego que plantean al espectador es de presente y también de pasado, de replanteamiento cultural y social a través de uno de los elementos más representativos de nuestra civilización. ¿Alguien puede imaginarse la historia sin libros, sin el paginado camino que la tradición ha recorrido a través de ellos? Pues imagínate además al libro convertido en otra cosa, parecen decir Els 4 Elements.

La exposición, en cierto modo, parafrasea a Antoni Gramsci cuando afirma “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, de forma que propone un conjunto de monstruos que buscan erigirse entre las intersecciones del cambio de paradigma que vivimos. Monstruosos libros ante los espejos cóncavo y convexo del Callejón del Gato en pleno siglo XXI.

Y en el horizonte preguntas, preguntas, preguntas, y casi ninguna respuesta: ¿qué somos las bibliotecas y qué seremos en el futuro? ¿qué lugar ocupará el libro en la idea que tenemos de él? ¿dónde estará el libro entonces?

[1] Se hace referencia, en forma de juego de palabras, a la estantería o estante que, o bien se encuentra vacío o bien contiene libros que ya no se usan o que se usan de forma marginal. El concepto “Extante” busca metaforizar la noción de un espacio árido dentro de la Biblioteca, un lugar desertizado, alienado, descontextuado del tiempo por la transformación tecnológica.

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